viernes, 1 de abril de 2011

Del Evangelio según San Juan: Cap.6: 53-56

Juan 6: 53-56 – Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él.

En una ocasión, ante la multitud de los que lo seguían y de los que lo adversaban, Jesús dijo: “… Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros… El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él”.

Palabras duras… no todos las pudieron recibir; y reaccionaron de la manera más fácil: “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6: 66). Los que se volvieron atrás no eran de los que lo adversaban; éstos nunca anduvieron con el Maestro. Los que se volvieron atrás eran discípulos; no pudieron entender la demanda del Señor sobre sus vidas. ¿Es de sorprender, que en distintos períodos de nuestras vidas el Señor nos pida cosas –aparentemente– imposibles de hacer, o de entregar, o de renunciar a ellas? Definitivamente no, más bien debemos esperarlas. Y cuando venga el momento de estos “aparentemente imposibles”, es saludable que nos acordemos de lo dicho por Jesús en otra ocasión: “…Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan 13: 7). Este será el norte que mayormente guiará a sus discípulos.

Cuando no entendemos lo que nos sucede y nos desorientamos, cuando todo se sale de control dejándonos con una sensación de vagar a la deriva, cuando las interrogantes se multiplican y solo nos quedamos con miles de preguntas sin respuestas, cuando el corazón desmaya y se rompe en mil pedazos, tal vez oigamos la misma pregunta de antaño: “… ¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6: 67).

Y hoy, mi clamor y petición a Dios a favor de cada uno de nosotros es que Él nos fortalezca y ayude de tal manera a fin de que, tal como sus discípulos del ayer, independiente de nuestro entorno o circunstancias, igualmente le contestemos en una sola voz: “…Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6: 68, 69).

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