miércoles, 30 de junio de 2010

Del libro de Juan: Cap. 12: 42,43

Juan 12: 42, 43 – Con todo eso, aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.

Por las grandes señales que hizo Jesús “muchos creyeron el él”. Aun entre los gobernantes hubo personas que creyeron en el Señor. No obstante, a pesar de que creían no osaban admitirlo públicamente. El temor de ir en contra de los fariseos, los que dominaban en las sinagogas, los mantenía atados y sin libertad. Preferían ser bien vistos por los hombres antes de confesar que creían en Jesucristo. Creer en el Mesías era ir en contra de la corriente preponderante; era ir en contra de lo políticamente correcto; era ir en contra de los intelectuales y sabios de la época.

Y hoy día leyendo los evangelios podemos pensar e inquirir muy adentro: “Oh, esa gente era terrible; ¿cómo negaban al Señor de esa manera?” Sin embargo, ¿no hacemos nosotros lo mismo? ¿No nos hemos avergonzado de declarar que somos cristianos evangélicos en algunas ocasiones? ¿No hemos preferido –por escogencia propia– pasar desapercibidos en muchos sitios? ¿No hemos dado más importancia y significado a lo que los hombres piensen de nosotros, poniendo al Señor en segundo lugar?

Si hemos caído en estos patrones de conducta, hay una sola causa y respuesta para dichas acciones: “Amamos más la gloria de los hombres que la gloria de Dios”.

Contra hechos no hay argumentos que prevalezcan; hemos fallado, hemos preferido lo temporal antes que lo imperecedero. Es tiempo de reconocer nuestro pecado, pedir perdón y seguir adelante con un corazón dispuesto y comprometido con Cristo para no caer nuevamente en estos comportamientos.

El mismo Señor Jesucristo también dijo: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” – Mateo 10: 32, 33.