Suaves ungüentos… el olor a Cristo, el olor de Cristo no es un olor asfixiante ni fastidioso. El olor del Señor es como ungüento; es más que un perfume. Significa que Él está impregnado de su propio olor y sólo aquellos que están cerca de Él podrán oler su perfume. Y más allá de sus olores, más allá de su presencia… en su solo nombre hay olor. Eso significa que cada vez que hablamos del Señor Jesús estamos esparciendo Su olor.
Las doncellas citadas en el pasaje, representan aquellas personas, aquellos creyentes que aun no han tenido intimidad con su Señor. Han oído de esa intimidad, pero la conocen de “oídas”, no la han experimentado. No obstante, aun estos creyentes cuando oyen hablar de Su Nombre sienten el olor del “ungüento derramado”. Las doncellas aman al Señor no por lo que han vivido, sino por lo que oyen y “huelen”. Y tan sólo con eso anhelan conocerle.
En la vida cristiana hay dos polos: o somos doncellas deseando sus besos y sus amores, o somos los que provocamos esos deseos en las doncellas y en los que nos rodean con el olor que se esparce de nuestras vidas.
Todo aquel que vive en intimidad con su Señor esparcirá su olor. ¿Y eso a que se debe? La proximidad, la cercanía con la fuente del ungüento hará que el olor del ungüento se le pegue, se adhiera al que le toca. Somos responsables de esparcir Su olor para que aquellos que aun no lo conozcan anhelen conocerle por lo que “huelan” en nosotros.
¿Cómo están tus olores? ¿Olor de vida para vida u olor de muerte para muerte? ¿Estamos oliendo a vida o estamos oliendo a muerte? ¿Qué experimentan las personas alrededor nuestro? Y lo más importante todavía, ¿qué quieres tú? ¿Realmente quieres dar olor a vida o estás cómodo, confortable con el olor a muerte que exhalas? O, peor aún, ¿ni siquiera te has dado cuenta que expeles olor a muerte?
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