Cuando iniciamos nuestro caminar con Cristo, cuando Él viene a nuestras vidas, todos nuestros pecados son perdonados. A partir de este momento empezará a regir sobre nosotros las palabras de Jesús: “…perdónanos… como también nosotros perdonamos…"
Es fácil y usual pretender recibir el perdón de Dios, pero cuán difícil es para muchos, perdonar. Perdonado/perdonando, mancuerna inseparable que debe llegar a ser una constante en nuestras vidas. ¡No es opcional!
Si las Escrituras afirman
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9)...Igualmente registran
“… si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5: 23, 24).
Podemos no estar de acuerdo, podemos racionalizar dichas palabras, podemos justificarnos y encontrar sinnúmero de razones para defender nuestros argumentos. Urge que dejemos de vivir bajo la “ley del Embudo” (el ancho para mí, el angosto para ti), y tengamos en cuenta las palabras del Salvador.
¿Quieres que Dios perdone tus pecados? ¡Perdone a los que pecaron contra ti!
Y esto es así porque, nada de lo que hagamos, experimentemos o sintamos cambiará el significado de las siempre vigentes y actuales palabras de Cristo:
“Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a nuestros ofensores”.
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