martes, 17 de mayo de 2011

De la Epístola a los Romanos: Cap. 1: 21-32

Romanos 1: 21-32 à Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.  Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible… por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos… Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen… quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican.

Este texto bíblico es la trágica radiografía de una sociedad que decidió darle las espaldas a Dios y a sus mandatos. Es una muestra de la cada día más descendente degeneración de la vida de los hombres. Se comienza por detener la verdad divina, por menoscabar sus mandamientos, y cada vez que se hace algo que detenga dicha verdad (entiéndase, los principios divinos y todo lo que a Dios le agrada) nos exponemos a su ira y a las consecuencias propias de las conductas manifestadas.
De allí, ya abierta la puerta, el camino es hacia abajo, llegando el ser humano a tener una mente reprobada. Y si la mente es parte del alma, ¿cómo estará su voluntad y sus emociones? E igualmente, ¿cómo estará el cuerpo? La decadencia es galopante, haciéndose los hombres cada vez más necios, aceptando como verdades las cosas más absurdas y ridículas. Su existencia se resume en un continuo refocilar en los recovecos de las pasiones desordenadas, impartiendo muerte y destrucción a su propia vida y entorno.
Esa es la razón que explica el porqué de tanta perversión y libertinaje en el mundo del siglo XXI. Todo es consecuencia del no tener a Dios en cuenta, de vivir según sus propios parámetros hedonistas y nihilistas. Por otro lado, el peligro de pecar contra Dios, es que debido a esa práctica los hombres se complacen con los que hacen lo mismo que ellos, y fácilmente pasan a aborrecer los que no son como ellos, exigiendo de la sociedad respaldo y apoyo a sus disipadas formas de vida.


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