jueves, 26 de julio de 2012

Del libro de los Salmos: Salmo 31


2b Sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme. 15 En tu mano están mis tiempos. 19 ¡Cuán grande es tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres! 20 En lo secreto de tu presencia los esconderás de la conspiración del hombre; los pondrás en un tabernáculo a cubierto de contención de lenguas. 23 Amad a Jehová, todos vosotros sus santos; a los fieles guarda Jehová, y paga abundantemente al que procede con soberbia. 24 Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón.  

Oh Dios, cuan reales han sido para mí estas palabras; han sido mi sostén y refugio por mucho tiempo.
Cuando el dolor me abrumaba, cuando la desesperación quiso hacerme su presa, cuando nada ni nadie podía traerme consuelo, allí estuviste tú.
Dios no existe, dicen algunos; pobres infelices que no han conocido al gran Yo Soy, que no han experimentado su fortaleza…
Pero a mí nadie me podrá decir que tú no existes, mi Dios, eres fiel y misericordioso y has llenado mi vida.
Te he conocido en mis momentos oscuros, en mis momentos de angustia, en mis momentos de infinitas lágrimas…
Te he conocido en los buenos momentos; cuando el gozo y la alegría hacían explotar el corazón, cuando todo era bonito, y allí estabas tú…
Te he conocido en la plena utilización de mis fuerzas físicas, cuando iba y venía por las calles de la ciudad, siempre tú y yo juntos…
Te he conocido cuando las fuerzas físicas menguaron, cuando todo se hizo más difícil y complicado, no obstante, allí estabas tú…
El mundo entero podrá gritar “Dios no existe”, “Jesucristo fue un simple hombre”, pero yo sé, yo sé que tú eres real y verdadero; yo sé que eres consolador y perdonador, yo sé que eres refugio y fortaleza.
Y tal como el Job de antaño puedo gritar a los cuatro vientos: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job 19:25-27).  

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