martes, 4 de septiembre de 2012

Mes de la Biblia


En el hemisferio sur, entre 21 y 23 de septiembre, después del gélido invierno irrumpe la primavera. Es gratificante dejar atrás los pesados abrigos, el estar casi encerrado en estos días de mucho frío, el dormir con pijamas de lana y gruesas medias; y nuevamente salir a caminar, a correr en parques o jardines, observar la vegetación que brota de la tierra antes fría y ahora tibia y generosa. ¡Añoro la primavera del cono sur!

Luego, en medio a mis añoranzas, pude alegrarme estando ahora establecida en el trópico –donde solo tenemos dos estaciones: caliente y más caliente–, de que en nuestro Panamá, septiembre es el mes de la Biblia. Y de una forma tal vez nunca antes percatada, realicé que hay similitudes entre las cuatro estaciones del año y la vida en Cristo de los hijos del Rey. Hoy mi énfasis estará dirigido solo a dos de ellas: invierno/primavera.

Cuando los seres humanos entregan sus vidas a Cristo, la mayoría de ellos llegan en el crudo invierno de sus particulares circunstancias. Todo está oscuro, frío, inhóspito, resbaladizo. Buscaban abrigo y calor en cualquier cosa, situación o persona, y el frío no se iba, el refugio se derrumbaba. En ocasiones, la temperatura descendía aun más; el tiritar, el castañear los dientes eran la compañía constante en este vano deambular.

Y luego llega el día, bendito día, que se encuentran con Cristo, el Sol de Justicia: el invierno se aleja, el tiempo de la canción y el tiempo de las flores toman su lugar. Si antes hubo insatisfacción, ahora en y con Cristo están satisfechos. Sus ojos brillan, la sonrisa desaparecida retorna victoriosa y la tierra fría, casi árida por la inclemencia del invierno, vuelve a calentarse recibe nueva vida; las flores asoman sus cabezas, los frutos aparecen y hay fiesta en el aire.

Pasan los días, y aquellos que habían pasado del invierno a la primavera se descuidan, las tormentas regresan; el clima oscila de extremo a extremo –tórrido o gélido– y fácilmente se puede caer en el engaño del antiguo invierno. Pero no todo está perdido, todavía el Sol de Justicia está alumbrando sus caminos. Y antes que se declaren en derrota y desánimo, recuerden que su Dios y mi Dios nos ha dejado un legado, legado éste que tiene el poder de nuevamente hacer huir el amargo invierno y permitir que en nuestras vidas, aunque el entorno fuese verano, otoño o invierno, internamente y en todas nuestras acciones habrá primavera. El legado que tenemos es la santa Palabra de Dios, la BIBLIA.

El legado divino lo tienes en sus manos; crea en lo que ella afirma, son las palabras del Eterno vencedor, el que pudo más que el despiadado invierno que asola la sufriente humanidad. Aférrese a las palabras del legado, ellas son Palabras de vida; atesórelas, ellas le hacen sabio; no las suelte, ellas le encaminarán al refugio seguro y le mantendrán caliente, aun cuando afuera ruja la tormenta y el granizo y la nieve desgajen lo que encuentren a su paso. Y recuerden, para los hijos de Dios que hacen de Su Palabra la norma de vida y conducta “se han mostrado las flores en la tierra y el tiempo de la canción ha venido”.

¡Septiembre, inicio de la primavera en el cono sur! ¡Septiembre, mes de la BIBLIA en Panamá! Mantenga su vida en una perenne primavera, renueve su mente con la eterna Palabra de Dios; permita que las flores de su vida abran sus pétalos y reciban a cada momento el calor y el abrigo del Sol de Justicia, Cristo Jesús, Señor nuestro.

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