miércoles, 26 de abril de 2017

Muchas necesidades en el pueblo de Dios...

Romanos 8: 12, 13 à Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne, porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.

Romanos 12: 1,2 à  Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios. que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

Lucas 9:24 àPorque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.

Estoy asombrada de cuanta necesidad hay en nosotros los hijos de Dios. Necesitamos de Dios, necesitamos a Dios. Estamos tan llenos de nosotros mismos que casi no hay lugar para Dios. Estamos tan llenos de nuestros egos, de nuestras opiniones, de nuestra humana sabiduría. Nos creemos sabios, nos creemos mejores que los demás.
Todavía resuenan en el aire, todavía siguen vigentes las benditas palabras: "Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis".

Nuestro verdadero problema es que estamos demasiados vivos, demasiados a la defensiva de nosotros mismos, demasiados afectados por nuestras viejas y nuevas heridas que cuando vemos situaciones que, en cierta medida, son similares a nuestras malas experiencias, nos levantamos, creyéndolo nosotros, que somos los defensores de los más necesitados y, tristemente, no nos damos cuenta que en realidad estamos defendiéndonos a nosotros mismos.

En esas ocasiones, que son sumamente frecuentes, caemos en lo que el Señor dijo que no hiciéramos: salvar nuestras vidas. Y cuanto más lo hacemos, más se entroniza la amargura en nuestras vidas. Más críticos nos hacemos y dejamos a un lado la vivencia de la palabra de Dios; nos volvemos oidores olvidadizos; nos volvemos "expertos" en el enjuiciar a otros, y nos escondemos detrás de nuestra gran "sabiduría".

Y pese a todo, todavía el Señor Jesús en su inmensa misericordia nos llama a Él:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. Mateo 11: 28-30.


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