Mateo 9: 17 –Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente.
Odre nuevo para vino nuevo. Cuando venimos al Señor traemos nuestros viejos odres, muy bien cuidados por cierto, y no queremos que nadie los toque.
Viejos odres son nuestros razonamientos, costumbres, tradiciones, los “qué dirán”, nuestra reputación, y tantos más. Cargados con estos adefesios fosilizados, expectantes nos acercamos al Maestro creyendo –consciente o inconscientemente–, que el Señor nos irá felicitar por venir a Él, que elogiará nuestros viejos odres, y que en ellos depositará su vino. Y cuando nos encontramos con la realidad, “odres nuevos para vino nuevo”, la cosmovisión que sostuvimos durante muchos años es fuertemente estremecida. A partir de este momento se comienza a notar la diferencia entre los hijos de Dios.
Algunos, con mucha facilidad, tal vez por reconocer que algunos de sus odres viejos son basura, los sueltan y dan pasos agigantados para recibir los nuevos odres. Otros, argumentan y defienden sus viejos odres a capa y espada, para darse cuenta después de muchos años de ingentes luchas, que mientras no rompan sus viejos odres no podrán recibir los nuevos. También están aquellos que no podrán aceptar que sus viejos odres se consideren inadecuados para recibir el vino nuevo, y mucho menos accederán a romperlos, por lo que, frustrados se volverán atrás.
Y al final, la “verdad verdaderamente verdadera” es que solamente los que renuncian, sueltan y rompen sus viejos odres son los que recibirán los odres nuevos en los cuales, a diario, se les estará vertiendo el vino nuevo.
¿Cuáles son tus odres? ¿Todavía no los ha roto? ¿Qué esperas? Hay vino nuevo para ti, pero solo se te dará cuando tengas odres nuevos.
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