martes, 31 de agosto de 2010

De la Epístola a los Romanos: Cap. 5:3-5

Romanos 5: 3-5 − Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

Para producir paciencia: tribulación; para vencer en la prueba: paciencia. Estos son necesarios para lograr el propósito de la prueba que es crecer en esperanza, y la esperanza no avergüenza… Cuando hemos sido tratados por la tribulación aprendemos paciencia. Al aprender la paciencia entendemos que las pruebas son necesarias, a fin de que las mismas sean halladas en alabanza, gloria y honra cuando venga el Señor Jesucristo (1 Pedro 1: 6,7). Y cuando la prueba cumple su cometido nuestra esperanza se habrá incrementado grandemente; la seguridad, la convicción de quién es Cristo Jesús se dejará palpar en muestras vidas.

Señor, gracias por las tantas tribulaciones; gracias porque entendí que ellas fueron herramientas en tus manos para hacer crecer mi fe; para hacer que tú crecieras en mí mientras yo menguaba. Gracias Señor, porque soy testigo de que la prueba produce paciencia: paciencia para descansar y reposar en ti; paciencia para saber cuándo debo actuar o simplemente dejar el asunto en tus manos y esperar en ti.
Gracias porque hoy tengo esperanza: esperanza de verte cara a cara; esperanza de oírte; esperanza de estar contigo por toda la eternidad. Gracias Señor, porque le diste sentido, significado y dirección a mi vida. Gracias porque hoy tengo razones para vivir, y razones para morir. Gracias porque has eliminado muchos de mis miedos, angustias y temores y me has dado paciencia, esperanza y amor. Gracias, mil gracias mi Señor.

domingo, 1 de agosto de 2010

De la Epístola a los Romanos: Cap. 5:1

Romanos 5: 1 – Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Este verso explica el gozo, la paz, la alegría que envuelven al recién nacido del Espíritu. El peso del pecado, de la culpa, de la condenación es agobiante, y al ser justificados, al ser declarados limpios de pecado, libres de la culpa y condenación, el gozo irrumpe llenando todo nuestro ser. En aquella primera experiencia no sabíamos, no entendíamos lo que nos estaba ocurriendo, pero definitivamente disfrutábamos del producto de la justificación.

¿Cuántos hay en nuestras iglesias evangélicas que nunca experimentaron esta justificación? ¿Nos sorprendería saber que hay muchos “calentando sillas”, pero que no han nacido de nuevo? Ciertamente muchos se sorprenderían, y más, al conocer que el número de lo que caen en este renglón, es grande.

Conforme avanzamos en la vida cristiana viviremos a diario esta declaración del apóstol Pablo –instrumento del Espíritu Santo de Dios.

Cuando pecamos contra Dios y el prójimo, por palabras, hechos o pensamientos, perdemos la paz; y es entonces cuando debemos –con urgencia notoria– tirarnos a los pies del aquel que dijo: “Vengan luego y estemos a cuenta...” (Isaías 1:18). Para recuperar la paz de Dios en el corazón debemos confesar nuestros pecados, y Él que es fiel y justo, está dispuesto a perdonarnos y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1: 9). La consecuencia será nuevamente la paz y el gozo en el corazón.

Oremos: Gracias Señor, por habernos justificado. Gracias por la paz que sobrepasa todo entendimiento y que nunca la hubiéramos tenido sin ti (Filipenses 4:7). Gracias por la fe, esa medida que has dado a cada uno de nosotros (Romanos 12: 3b), tú que eres el autor y el consumador de la fe (Hebreos 12: 2).